Despite being a US citizen born in Puerto Rico (a US colony and territory since 1917), I am an immigrant in this country, the United States of North America. My parents were also immigrants, having come from the Dominican Republic to Puerto Rico, escaping generational poverty, struggles, repression, censorship, and widespread corruption under the iron-fisted regime and dictatorship of Rafael Trujillo. Growing up, I heard countless stories of abuse, cruelty, and anti-Haitian indoctrination. Like many others from the Dominican Republic my parents left their beloved island in search of refuge, and I empathized with my parents, relatives, and all those who remained in the DR with no opportunity to leave the island.
I was born long after the regime had ended. Still, I always sensed the lingering generational trauma and its lasting effects on my parents – the responsibilities, sadness, and guilt they carried for leaving their families and friends behind. And to overcompensate, I made it my mission not to disappoint my parents and to make their sacrifices meaningful – to prove that it was all worthwhile. This pursuit led me to years of pursuing higher education, working and studying tirelessly to prove myself and succeed at any cost. Consequently, I decided to immigrate, subscribing to the profoundly ingrained misbelief that more work would bring more happiness and success, and that my worth is measured in money, status, titles, career, and achievements. I wanted to be perfect – a delusion I held nearly and dearly. Regrettably, this is an experience shared by many of us, whether we choose to emigrate, are compelled to do so, or are displaced due to conflict and war.
In my journey, years of pain, struggles, and discrimination followed and the more I pursued, the emptier I felt. Lost, disconnected, and in pain, I was prompted to look for a solution. I turned inward and started my spiritual path. I found solace and personal growth in practicing mindfulness meditation and, later, mindful self-compassion. I carried the weight of self-imposed expectations, eager to demonstrate my value and achieve success, but the constant quest for excellence left me emotionally taxed and unconnected to my needs or others. I started to shed the layers of self-criticism and created a more nourishing relationship with myself through mindful self-compassion.
Mindful self-compassion became my true refuge, offering a tender reminder that I am human and deserving of kindness, regardless of my perceived flaws or missteps. Instead of criticizing myself for my perceived faults, I learned to approach my struggles with curiosity and understanding. Mindfulness allowed me to notice my thoughts and emotions without judgment, allowing self-compassion to develop and flourish. I realized that self-compassion is a source of resilience and growth, not a weakness.
I learned to hold myself with warmth and understanding during these difficult times. Rather than seeking affirmation from others, I began to offer the support and empathy that I needed from the inside. This radical self-acceptance and self-care helped me manage life’s emotional ups and downs while establishing a solid foundation of self-acceptance and self-worth not based on my achievements but my inherent value as a living human being. It has taught me that genuine strength is found not in perfection but in embracing my shortcomings and treating myself with kindness and respect. Mindful self-compassion has become my guiding light, illuminating the road to self-love and acceptance as I continue to develop and flourish.
Recently, a friend and colleague reminded me of something powerful during a conversation about my life as an immigrant and recovered perfectionist. She/They said, “Elizabeth, the emergency is over.” Those words deeply resonated within me (I knew that feeling very well), as I now recognize that I have nothing to prove or to overcompensate and that I am more than enough just as I am.
As Kristen Neff beautifully expresses, “Self-compassion is simply giving the same kindness to ourselves that we would give to others.” I have discovered true healing, growth, and liberation through this self-compassion lens.
Spanish~
A pesar de ser ciudadana estadounidense nacida en Puerto Rico (una colonia y territorio de los Estados Unidos desde 1917), soy una inmigrante en este país, los Estados Unidos. Mis padres también eran inmigrantes, habiendo venido desde la República Dominicana a Puerto Rico, escapando de la pobreza generacional, las luchas, la represión, la censura y la corrupción generalizada bajo el régimen y la dictadura de puño de hierro de Rafael Trujillo. Crecí escuchando innumerables historias de abusos, crueldad e indoctrinación antihaitiana (país vecino). Al igual que muchos otros de la República Dominicana, mis padres dejaron su querida isla en busca de refugio. Me solidaricé con mis padres, familiares y todos aquellos que permanecieron en este país sin oportunidad de abandonar la isla.
Nací mucho después de que el régimen hubiera terminado. Aun así, siempre percibí el persistente trauma generacional y sus efectos duraderos en mis padres: las responsabilidades, la tristeza y la culpa que llevaban por dejar atrás a sus familias y amigos. Y para recompensar, hice de mi misión no decepcionar a mis padres y hacer que sus sacrificios tuvieran un significado, demostrar que todo había valido la pena. Esta búsqueda me llevó a años de educación superior, trabajando y estudiando incansablemente para demostrarme a mí misma y tener éxito a cualquier costo. En consecuencia, decidí emigrar, suscribiéndome profundamente a la arraigada creencia de que el tener más es igual a felicidad y éxito, y que el dinero, el estatus, los títulos, la carrera y los logros miden mi valía. Quería ser perfecta- un engaño muy querido y cercano. Lamentablemente, esta es una experiencia compartida por muchos de nosotros, ya sea que elijamos emigrar, seamos obligados a hacerlo o seamos desplazados debido a conflictos y guerras.
En mi camino, años de dolor, luchas y discriminación me siguieron. Cuanto más perseguía, más vacía me sentía. Pérdida, desconectada y con dolor, me impulsé a buscar una solución. Miré hacia adentro y comencé mi camino espiritual. Encontré consuelo y crecimiento personal practicando la meditación de atención plena y, posteriormente, la autocompasión consciente. Cargaba con el peso de las expectativas autoimpuestas, ansiosa por demostrar mi valía y lograr el éxito. Pero la constante búsqueda de la excelencia me dejaba emocionalmente agotada y desconectada de mis necesidades y de los demás. Comencé a desprenderme de las capas de autocrítica y creé una relación más nutritiva conmigo misma a través de la autocompasión consciente.
La autocompasión consciente se convirtió en mi verdadero refugio, ofreciendo un tierno recordatorio de que soy humana y merecedora de amabilidad, independientemente de mis supuestas fallas o tropiezos. En lugar de criticarme por mis supuestos defectos, aprendí a abordar mis luchas con curiosidad y comprensión. La atención plena me permitió notar mis pensamientos y emociones sin juzgar, permitiendo que la autocompasión se desarrollara y floreciera. Me di cuenta de que la autocompasión es una fuente de resiliencia y crecimiento, no una debilidad.
Aprendí a tratarme con calidez y comprensión durante tiempos difíciles. En lugar de buscar afirmación de los demás, comencé a ofrecerme el apoyo y la empatía que necesitaba desde dentro. Esta aceptación radical de mí misma, y amor propio me ayudaron a manejar las altas y bajas emocionales de la vida, al mismo tiempo que establecía una base sólida de aceptación y autoestima no basada en mis logros, sino en mi valor inherente como ser humano viva. Me ha enseñado que la verdadera fortaleza no se encuentra en la perfección, sino en abrazar mis deficiencias y tratarme con amabilidad y respeto. La autocompasión consciente se ha convertido en mi guía, iluminando el camino hacia el amor propio y la aceptación mientras sigo desarrollándome y floreciendo.
Recientemente, una amigx y colegx me recordó algo poderoso durante una conversación sobre mi vida como inmigrante y perfeccionista recuperada. Dijo: “Elizabeth, la emergencia ha terminado”. Esas palabras resonaron profundamente en mí (conocía muy bien este sentimiento), ahora reconozco que no tengo nada que demostrar ni recompensar y que soy más que suficiente tal como soy.
Como expresa Kristen Neff de manera hermosa, “La autocompasión simplemente significa brindarnos la misma amabilidad que le daríamos a los demás”. He descubierto una verdadera sanación, crecimiento y liberación a través del lente de la autocompasión consciente.
Elizabeth Hernandez-Stomp (ella, ellas, she, hers) has been a dedicated mindfulness meditation practitioner since 2013. Her interest and love for the Dharma led her to pursue further studies in the Tibetan Buddhism lineage with Geshe Tashi Tsering of Jamyang Buddhist Centre, completing his international program ‘The Foundation of Buddhist Thought.’ She has also completed the Mindfulness Meditation Teacher Certification Program with Tara Brach and Jack Kornfield through the Awareness Training Institute and the Greater Good Science Center at the University of California at Berkeley. Join Elizabeth for: Mindful Self-Compassion (En Español) for 8 consecutive Tuesdays starting September 12th, 2023 6:00 – 8:30 PM PT Online |